¡¡¡Bájate del radiador!!!

-¡¡¡Bájate del radiador!!!

Una voz de las que te retumbaban en el pecho, la de una madre hastiada por reiteración.
Un niño curioso al que no le queda otra que bajarse, se baja y se pone a jugar, pensando en esa imagen central de su ventana, a la que no llegaría si no se subiese en ese radiador. En la ventana se ve al fondo parte de la sierra del Aramo, con su habitual manto blanco invernal. No sabe porque, pero siente una atracción por su efigie, por eso se sube al radiador.

El niño va creciendo con el paso del tiempo, al igual que esa atracción, y el radiador acaba cediendo por su eje derecho. Por lo que recibe una buena zapatillada. A la vez siempre escucha atento las historias de su padre, cazador, de montes y bosques, de caminatas largas y pindias subidas. A través de la ventana se fija en las nevadas. Se quedan en la memoria. Absorto ve como una tras otras se acumulan en La Gamonal, cumbre que ve central desde la ventana. Esto se refleja porque con ocho años en un curso de pintura, Taller Tres (aquel mítico taller de pintura por el que pasaron muchas generaciones carballonas en los bajos del antiguo Tartiere) calca en un cuadro la sierra del Aramo y su nevada.

Todos los domingos va a visitar a sus tíos y primos a Avilés, y todos los domingos la misma escena. Mesa redonda del comedor, cena rica de la tía Mari y viendo una pequeña televisión en una casa muy cercana al puerto y la ría. Paradójicamente en esa televisión siempre el mismo programa de aventuras, montañas, superación y exploración, “Al filo de lo imposible”. Imágenes que se siguen quedando en la memoria del niño. Llegando a montar las perretas mas históricas por marchar antes de que acabase el programa.

Sigue creciendo el niño y entre rutas de bicicleta aventuras con amigos, sigue con esa atracción por la montaña. A la vez, empieza a ir con su padre a una finca familiar, a ayudarle a segar y limpiar, y la finca está rodeada de montes y la pre cordillera de la montaña central asturiana. También empieza a acompañar a su padre a cazar, y a descubrir la pureza de esos sitios únicos dentro del bosque y el monte, que ningún camino cruza. El niño empieza a comprender.

Un verano, con 14 años llega la revolución. El ayuntamiento oferta cursos de escalada y en frente de casa. Y junto a otros dos amigos se apunta. Después de ese curso vendría el siguiente, en roca. Y con él, el primer arnés, los primeros gatos. Aún se conservan, a modo de recuerdo y ese vago "por si acaso".

El ya no tan niño empieza a gustarle y competir en otro deporte a la vez, el cual también le apasiona, y se aleja un poco del monte, aunque lo mantiene, sigue acompañando a su padre. Largas caminatas junto a algún perro de rastro, a puestos, cargando puerto arriba y puerto abajo, porque aunque haya coches, lejos de otras maneras de “cazar”, por supuesto, hay que ir andando. Algunos días a escalar deportiva a escuelas cercanas como La Manzaneda, Otura...

Llega la madurez, y decide que si tiene que estudiar algo será relacionado con una de sus pasiones.  El monte. Además algunos amigos ya tienen coche y ya empieza a hacer escapadas, rutas, primeros picos propiamente dichos…y así junto a uno de los amigos con los que empezó a escalar, llega su primera salida invernal, la primera vez que se pone unos crampones, y con aquella capa de ”calcetín-bolsa-calcetín”,  acaba subiendo a Peña Ubiña, por el nombre no se da cuenta, pero cuando va llegando reconoce su efigie, es la montaña que está más atrás del Aramo, detrás de su ventana.
Pese a la falta de experiencia y las trazas de aquél día, aún siendo algo imprudentes, se convierte en un día excepcional que no olvidará en su vida. La nevada, leve pero a cota baja, la vista de los tejados de Tuiza blancos con la efigie de la "Grande" detrás. La primera visita al nuevo refugio del Meicín, algo que sin saberlo sería tan importante en su vida. Un café rápido y a la aventura. Más dura de lo que pensaba pero con ganas la llegada por la arista a la cima, la vista del monolito emociona. Después de coronar, su primer susto serio. Un tropezón le hace caer dando un par de vueltas, pero la propia Ubiña le para. Se queda en un susto. Pero la montaña es sincera le deja claro que es indomable y que ella manda. Una lección que se queda grabada a fuego en la mente. Un momento de tensión, pero allí sentado después, mágico, sumado a aquellos sentimientos que recorrían la mente al ver desde la subida  el valle de Retuertu, La Pequeña, Cerreos...Ese fue el momento del hechizo. Ubiña pasa a ser  especial. Mas que la propia felicidad de la primera invernal. Es esa sensación de que sabe que de una manera u otra allí comenzaba algo muy especial.

A partir de esa experiencia la vida cambió. Ese clic que pasa en las cabezas de los que entienden que cuando la montaña te toca el alma, ya no se va nunca. La pasión crece y crece, y sus salidas se hacen más habituales, conoce que mas amigos tienen esa pasión, la compra de material, a formarse e informarse, y pronto vendrán más picos, mas invernales, mas Ubiñas... porque ella es especial, fue la primera en más cosas: llega la gran aventura, el primer corredor. La atracción que se forjó en la mente desde niño por la nieve desde aquella ventana llega a su punto álgido. Elixir de la suerte. Nombre de un corredor, muy asequible de la cara NO. Aquello fue "el otro clic". Esa experiencia de escalar y subir por aquel sitio fue otro vuelco al corazón y a la mente. Esa sensación es única. Esa especie de duelo entre la superación personal, la confianza en uno mismo...el empezar a conocerse personalmente.
Todo alpinista conoce esa sensación. Punto de inflexión vital.

Después del primer corredor, comprendió que si había algo en la vida que realmente le hiciese feliz era eso, escalar corredores y hielo. Tras él llegaron mas y la gran experiencia: ¡Alpes!
Aquel niño que miraba la montaña por su ventana se encuentra ante la gran experiencia montañera, junto a dos buenos amigos y compañeros de aventuras, y otros dos amigos de los primeros se embarca en una experiencia que parece una película, y con sus aventuras y desventuras acaban cruzando el macizo del Monte Rosa, subiendo los cuatro miles por el camino , y viendo cosas tan espectaculares como el desprendimiento de un serac en el Glaciar de Lys,la luna desde el Blamerhorn sobre Los Liskam, sentir como se mueve bajo sus pies el Gorner,35cm de nieve en una noche un 2 de agosto, o el amanecer en la Punta Gnifeti… Un primer viaje de muchos q vendrían después.

Una droga. La pasión llega a convertirse en una adicción. Concretamente el alpinismo invernal se ancla en el corazón. Ya no puede faltar en su vida su dosis de visita a su amiga, el compañerismo de la gente con la que comparte subidas y bajadas, la propia gente que va conociendo a través de una pasión común, el duelo, el conocerse…

Las  idas y venidas a Ubiñas se hacían más frecuentes. El paso por el Refugio del Meicín va dando paso a conocer  más nombres que el de la propia Ubiña, a saber siempre donde se está, a los montañeros habituales,  a la confianza con la guardesa y con el propio macizo y su caliza rota.
Ubiña es tan especial que la toma como una parte de sí mismo.
Un día un mensaje en una red social cambia su vida. La propia guardesa del Meicín ofrece trabajo. Una energía, electricidad recorrió su cuerpo, y con algo de cobardía mandó el mensaje. A partir de ahí su vida cambiaria totalmente, su pasión ahora es su modo de vida. Guarda en el refugio de sus montañas. De película.  La primera montaña grande, la primera invernal, el primer cresteo, la primera clásica, el primer corredor, el primer corredor de primero, la primera integral...y ahora, trabajar allí. De película.

La ciudad, el progreso...el paso de la vida, hacen que hoy al echar la vista a la ventana ya no se vea el Aramo, le han puesto un edificio enfrente, pero  lo tiene grabado en su memoria. Hoy ese niño está sentado en su vieja cama, mientras escribe esto y a la vez mira ese viejo radiador, con un taco de madera en su parte derecha que lo nivela y sonríe recordando aquella voz de su madre que hacía temblar su pecho: “¡¡¡Bájate del radiador!!!

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